NOTAS DE PRENSA



Maderas con sabor a historia.
Nota de Emma Sanguinetti para Búsqueda a raíz de la muestra en el Cabildo, "La Aspera tibieza de la madera”.

La madera es y será siendo testigo de la evolución del hombre. Desde el tronco del árbol hasta las mil y una utilidades que le hemos asignado, el empecinado leño transita su camino en paralelo con generosa entrega, aunque frecuentemente convirtamos la ruta en escabrosa y dañina orgía.
Sin embargo, hay otras veces en las que es propio hombre el que se encarga no ya de cuidarla sino de rescatarla ,tratarla con cariño y darle un significado desconocido hasta para su propia esencia. Esa es la senda de Nora Kimelman, una estupenda artista que desde hace ya muchos años despliega un trabajo persistente, continuo y parejo.

Actualmente , la creadora exhibe en las salas del Cabildo de Montevideo sus últimos trabajos bajo el nombre La tibieza de la madera y con curaduría de Alfredo Torres.
Es sabido que para ciertas obras las salas del ancestral recinto parlamentario resultan inhóspitas y frías, interviniendo en detrimento de lo expuesto. Más éste no es el caso. La sutileza y tibieza de las piezas de Kimelman, sumada al estupendo montaje de Torres, consiguen exactamente el efecto contrario.

El trabajo en madera ha sido una constante en la historia del arte uruguayo. Wilfredo Díaz Valdez, Pablo Damiani y Ricardo Pascale, por nombrar algunos de sus exponentes, han encontrado cada uno un sendero con identidad propia, reconocible a simple vista. Pues Nora Kimelman se suma a ésta lista, con éstos finísimos trabajos erigidos por sutiles construcciones estéticas de maderas antiguas, usadas y abandonadas en astilleros, desguazaderos o demolicioes.

El ingreso a la sala impacta por la cuidadosa labor arquitectónica del conjunto. La pequeña sala ubicada a la derecha de la puerta principal presenta cuatro pedestales de diversas alturas sobre los que se apoyan obras de pequeño y mediano porte.

Estos ensamblajes escultóricos de piezas y partes de barcos, muelles y embarcaderos, impresionan por la perfección del diálogo entre sus diversos componentes y el todo como pieza. Kimelman juega deliberadamente con la espacialidad, invitando a rodear las obras, y con ello regala cientos de formas distintas, como si no se tratara sólo de cuatro ejemplos; hay en esa pequeña sala tantas visiones multiplicadas como el sinnúmero de ángulos que adopte el espectador.

Pero en medio de tal concentración nos topamos con el acceso a la sala principal, ese rectángulo que se extiende hasta el infinito y que en este caso se presenta como un espejismo poblado por una perfecta sintonía de sucesivas piezas –más de una veintena- brindando un espectáculo sobrecogedor. Y allí mismo se produce una extraña sensación, pues el visitante camina hacia el frente como si estuviera recorriendo un bosque, como si el serpentear entre las piezas fuera la acción más natural del mundo.

Pero no sólo la forma impacta. El panorama cromático convierte el recorrido en un momento de investigación y exploración; maderas oscuras, rojizas, aquellas ocres, otras conservando su añejo color original.

El proceso de trabajo de la artista que va guardando, atesorando y archivando cientos de piezas encontradas de manera fortuita, convierten el acto del hallazgo y del encuentro en un episodio creativo dentro de la transformación artística.

Esta cronista vivió la experiencia junto a la creadora- encuentro casual y no tanto, ya que Kimelman es de las que asiste todos los días a “cuidar” sus obras- y el cariño y afecto con que Nora acaricia cada una de las formas o describe aquí y allá una gama cromática que no quiso intervenir o el arenado al que sometió a otra, lleva a la conclusión de que la artista comparte el alma de sus piezas y viceversa.

La calidez que despierta cada ensamble, la fuerza impactante del tótem que vaya uno a saber qué utilidad tuvo en su otra vida, el maravilloso descubrimiento de una vieja grafía ilegible o la increíble forma de ruleta (con números y todo) que compone una de las piezas, describen un mundo en el que la sensibilidad se apodera de la atmósfera.

Frente a una pequeña obra casi en el piso, Kimelman comenta: “Parece un escenario de teatro y es increíble, pues hace unos años comencé a hacer teatro y fue sólo después de terminar la pieza que descubrí que era un teatro; fue un acto completamente inconsciente”. Deliberado o no allí están las bambalinas formadas por pequeños rectángulos, el piso de boca y hasta un diminuto hombrecito articulado por la unión de diversas maderitas de tonalidades diversas.

La panorámica de la sala, tanto desde el frente como desde el fondo denota un afanoso trabajo de Kimelman y de Torres en el que supieron “hallar” y delinear ese extraño bosque de formas casi perfecto, si es que la perfección es un adjetivo reconocible.

Dos grandes piezas de más de dos metros ubicadas en el patio exterior complementan la exposición; los gigantes están estratégicamente ubicados sobre dos grandes aperturas rectangulares que le hacen de marco, revalorizando su impacto estético.

Esta exposición es una demostración más de los niveles que puede alcanzar uno de los más nobles materiales; el arte de Nora Kimelman y la visión de Alfredo Torres en la elección y el montaje hacen de ésta callada, fina y sensible exposición, una cita ineludible.

“La tibieza de la madera”, de Nora Kimelman. Cabildo de Montevideo. Emma Sanguinetti.


Nelson Di Maggio. 13/09/2010

Alianza Francesa

Ancestros, una muestra singular

En un país caracterizado por el repentismo y la improvisación, es elogiable el proyecto Ancestros que tiene lugar en la Alianza Francesa. Un proyecto y un tema, las migraciones, concebido por Nora Kimelman, y de alcance rioplatense. También se convocó a dos antropólogos uruguayos (Daniel Vidart y Anabella Loy) y un escritor argentino (Silvio Huberman), especialistas en el tema que fortalecieron conceptualmente la propuesta. No se detiene ahí el proyecto. En el bien diseñado catálogo se anuncia la itinerancia de la exposición por Colonia y Maldonado. Una planificación que no es nada habitual.
La exposición es atractiva. Empezando por el montaje que modifica la sala, conquista el espacio y distribuye con criterio dinámico los diferentes trabajos de un nivel parejo. La sorpresa, en los representantes locales, está en la inesperada sobriedad de Margaret Whyte, alejada de sus barrocas composiciones, presentando tres obras planas cubiertas de gel, grafiteados mapas de la memoria, al igual que Olga Bettas, desprendida de sus objetos eróticos, evocando en sencillos y contundentes documentos la travesía de sus ancestros. Se hacen notar Gladys Afamado en una pieza textil donde inscribe imágenes y palabras, o la siempre sobria Eloisa Ibarra con sus finísimos grabados y pequeños objetos. Lilian Madfes confecciona un libro de artista de papel sulfito y guata, con incrustaciones de loza, restos de naufragios. Son llamativos la instalación de Raquel Lejtreger, en su diálogo entre lo sólido y lo aéreo, el simbolismo de Alvaro Gelabert y los relieves de madera de Nora Kimelman, basados en recuerdos familiares. Cumplen su objetivo las argentinas María Guerrero y en particular, Silvia Brewda, con el libro intervenido. Una exposición ejemplar, de un profesionalismo infrecuente.




Pedro Da Cruz

A iniciativa de la escultora Nora Kimelman, una de las artistas cuyas obras forman parte de la exposición, los participantes trabajaron sobre el tema propuesto, aunque conservando las líneas de trabajo individuales que caracteriza a cada uno. Refiriéndose al tema de la exposición, Kimelman escribe en el catálogo: “Hay muchos modos de enfrentar la violencia, ya por la denuncia de sus efectos en las sociedades humanas, ya recurriendo a la creación artística para conjurar sus dolorosas secuelas. … Este grupo de artistas pretende enviar un mensaje a la sociedad, que parte de la preocupación referida a la inseguridad en la que los ciudadanos del mundo estamos inmersos: maltrato, abuso, adicciones, violencia estructural expresada en la explotación, la pobreza y la marginalidad, violencia política, desempleo, terrorismo y atropellos de distinto orden.”

Una particularidad de “Imagine” son los carteles con textos, escritos por los propios artistas, que acompañan los tradicionales carteles con datos como título, técnica y fecha de la obra. Esos textos complementan la presentación de las imágenes, un recurso pedagógico que ofrece al espectador distintas “pistas” para la interpretación personal.

LAS OBRAS. Las únicas de las obras expuestas que no son recientes son las de Rafael Lorente, una serie de dibujos en tinta china y aguada, “testimonios mudos del horror” realizados en 1977, en los que los motivos expresan las consecuencias del “terrorismo de Estado, la represión, la censura y la persecución política.”

Diferentes técnicas textiles son la base común de las obras de Gladys Afamado, Olga Bettas y Margaret Whyte. Afamado, con una larga trayectoria como grabadora, incursiona en el área textil con Saludo, una obra en técnica mixta con dibujos sobre tela, en la que expresa que está “contra la violencia en un país democrático y civilizado”. En Eres tú Bettas continua trabajando con prendas femeninas, en este caso un vestido de novia con una víbora a sus pies, mientras que Whyte muestra su Realidad encubierta, una obra en gran formato con dibujos sobre tela semicubiertos con fibras de variado grosor.

Más de la mitad de los artistas presentan distintos tipos de objetos. Bessio y Madfes utilizan la pared como soporte. La primera muestra Artículo 9 (Manifiesto futurista, Marinetti. 1909) con palomitas blancas vaciadas en yeso que forman la frase “Queremos glorificar la guerra”, mientras que Madfes realizó dos casas esquemáticas en celofán transparente que contienen carbón y viruta de lápices, con el color como metáfora de “una pantalla que encubre un universo de agresiones físicas y simbólicas.” Otros de los objetos son tridimensionales. Doreen Bayley muestra una serie de manos tendidas, obras realizadas en un material semitransparente utilizando una técnica de vaciado. El aporte de Álvaro Gelabert son prismas con modelos geométricos, con el título común Hambre, que llevan adheridos, entre otros objetos, un cucharón y un gran tenedor.

Nora Kimelman hizo Luces de esperanza, una serie de colgantes de plata suspendidos en cajas de acrílico transparente, mientras que Agresión urbana de Linda Kohen consiste en varios prismas de madera policromada que representan altos edificios, que contrastan con la añoranza que la artista siente por “… las viejas casitas de barrio…”

Finalmente, dos técnicas diferentes caracterizan las obras de Javier Bassi y Ernesto Vila. El primero muestra Incubus / el perseguidor, una fotografía impresa digitalmente en gran formato sobre lona, mientras que Valsecito desde aquí de Vila, que considera su trabajo “como el de un cronista visual”, consiste en una hoja de papel recortada y rasgada colgada de un piolín con un palillo de ropa, una estética desarrollada por el artista durante largo tiempo.

El País. 20 de octubre de 2011, Montevideo, Uruguay.




Jorge Abbondanza

"Ludus" se llama la exposición colectiva que puede verse en el Espacio Cultural Contemporáneo, de Plaza Independencia 737, con esculturas y objetos de técnicas variadas presentados por una docena de artistas.
El juguete como fuente de los placeres infantiles (y como objeto de interés para los adultos) es un campo muy fértil para la inventiva del fabricante y hasta puede reavivar la manualidad de los artistas, como en el Uruguay ha ocurrido desde las creaciones de madera policromada de Torres García hasta los muñecos de lana en trance maternal que aparecieron en las ferias de Nancy Bacelo o las piezas de cuero que armaba Carlos Musso. Ahora una docena de plásticos convocados por Nora Kimelman encaran ese desafío para el ingenio y proponen estas obras impulsadas por los disfrutes del juego.
Las cometas de papel de la propia Kimelman se remontan a la entrada, como si invitaran a levantar vuelo a toda la comitiva que viene detrás. Están coloreadas con dramatismo, insinuando que ni siquiera los juguetes salen ilesos de las manchas de violencia del mundo de hoy. Otros aportes son más serenos, como los grandes muñecos de madera coloreada donde Ana María Rozada muestra a Caperucita Roja con el lobo ya domesticado, sujeto a un cordel. Esa victoria feminista tiene un notable encanto formal (y cromático) junto al virtuosismo de su confección, que además del buen humor es lo que caracteriza desde hace tiempo a los trabajos de la artista.
Lilian Madfes recorre una vertiente más reflexiva, con su tablero de ajedrez cuyos bordes se disuelven en un paisaje, a medida que las piecitas sobre ese damero se convierten en habitantes de la realidad circundante, como imagen de una humanidad donde muchas otras cosas deben ganarse o perderse en la estrategia de una partida. Esa obra refleja la inteligencia que suele poblar lo que hace Madfes en el terreno artesanal. Los cinco cubos de Álvaro Gelabert tienen la sutileza burlona que ya se le conoce y que en este caso trasluce los refinamientos con que maneja habitualmente sus cuerpos geométricos (en el plano o en el espacio), que aquí llevan adheridos signos de vida muy sugerentes para satirizar gozosamente a esos prismas.
Daniel Gallo, que es un artífice de reconocida destreza, engarza algunos juguetes reales (un monopatín, un resorte saltarín, unos avioncitos) en grandes paneles cuyo brillo de rojos y blancos les confiere un marco espectacular como irónico escaparate del Primer Mundo, que así se suma a la acostumbrada maestría de su manufactura. Esparcidos por el muro, los fragmentos multicolores de Bernardo Cardarelli se desparraman con un desorden en que los círculos y cuadrados conviven con letreros donde ciertas palabras indican que también puede jugarse con las ideas capaces de enriquecer (o interrumpir) el pasatiempo.
Raquel Barboza pega el dibujo de cabezas humanas a sus piezas de dominó, guardadas en una caja o a veces sueltas, como estampa de otros lances entre el encierro y la libertad, entre el ordenamiento y el desorden. Con papel y cartón, Linda Kohen coloca un payaso en esas cajas cuyo contenido salta al abrirlas, y le añade un agrupamiento de cubos coloreados que componen un atrayente diagrama pictórico. Los globos aerostáticos de Doreen Bayley, resueltos con planchas y tejidos metálicos, tienen la afinada sensibilidad de sus facetas esterilladas y sus transparencias habilidosamente ensambladas.
Hay notas de encanto en los caballitos de madera y lana de Olga Bettas, una interesante laboriosidad en las ventanas que abre sobre una tabla perfirada Gerardo Acuña, y un par de ejemplos de inventiva (más zumbones pero también más conceptuosos) en la máquina de ruido de Pincho Casanova, un artefacto en sabrosa clave parodial, y en los paneles desmontables de Rafael Lorente, compuestos por bastidores que se usan en las obras en construcción, que pueden adoptar formas múltiples y convertirse en un juego para grandes, rescatando un material de desecho. El conjunto, instalado en la lindísima sala ubicada en la Plaza Independencia, merece una recorrida.






Nora Kimelman entre la anatomía del objeto

La femeneidad no quita lo valiente. Esta artista de Montevideo tiene el coraje suficiente como para sortear cualquier obstáculo, material, disciplina artística y darle forma al objeto. No sé cómo puede ser autora de una obra fecunda, porque si algo está más que suficientemente probado, es que Nora Kimelman trabaja cada lienzo, cada escultura, cada joya, cada instalación, con el mimo que heredó de sus dos primeras habilidades, la medicina y el derecho. Atentos, pues sin ella, es imposible escribir la historia del arte contemporáneo en Latinoamérica.

Nora Kimelman es casi una galaxia en el mundo del arte. ¿Cómo llegaste a decidir este camino de sacrificio constante?
Al principio mis búsquedas fueron realizadas dentro de las carreras tradicionales. Primero Medicina, luego, Derecho. En mi familia no nos habían incentivado dentro del terreno artístico. Luego de rendir varios exámenes en la Facultad de Derecho, comprendí que ese no era el camino, y abandoné dicha profesión, así como antes había dejado la Medicina.
El encuentro con el arte fue casual. Comencé creando artesanías por varios años, y ese caminito artesanal me fue conduciendo de la mano al arte, profesión de la cual me enamoré profundamente, y luego de haberla encontrado, no abandoné jamás. Investigué en varios talleres de importantes maestros como Félix Bernasconi, Clever Lara, Nelson Ramos, Guillermo Fernández y Gerardo Acuña. También transité por la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la cual egresé en 1992. Para mí el arte no constituye un sacrificio, sino un placer enorme, porque estoy realizando lo que me gusta, lo que me hace sentir inmensamente feliz.

A la hora de adoptar varias disciplinas por las que te mueves con mucha pericia, ¿cómo fueron las elecciones?
Desde 1985, aproximadamente, me dediqué con toda mi alma a la escultura. Al principio, fui bastante figurativa, y la figura humana que creaba con gres, luego con yeso, y también con cemento, era lo que me más me atraía. Luego me volqué a la madera, y me volví totalmente abstracta.

Tu obra pictórica la veo más próxima al abstraccionismo, cuando más al cubismo. Pero insisto que en esculturas, joyería, intervenciones, optas por lo figurativo…
En este momento de mi vida la abstracción es mi camino en todas las disciplinas que desarrollo dentro del arte. Desde hace cuatro años además de la escultura, me estoy dedicando bastante a la orfebrería artística. Aunque yo siento, al crear joyas, que son esculturas para usar.

El año pasado convoqué a cinco artistas visuales que realizaban orfebrería (dentro de las cuales me incluí) y a cinco importantes poetas nacionales. Las artistas interpretábamos poemas de cada una de las poetas, y las poetas creaban poemas, inspiradas en nuestra orfebrería. Como resultado, obtuve una sala en el Museo Nacional de Artes Visuales, aquí en Montevideo, y realizamos una exposición, exhibiendo los resultados de la interacción interdisciplinaria.

Desde hace un par de años me vengo dedicando también, y con muchísimo interés, a la pintura. En éste momento estoy exponiendo pintura en dos sitios a la vez, y quedé muy satisfecha con la crítica que obtuve de estas exposiciones.

¿Cómo describes el escenario artístico de Montevideo, y dentro de él, a tu obra?
El escenario artístico en Uruguay no es fácil, porque no tenemos demasiadas salas para exponer. Igualmente yo siento que a mí se me han abierto las puertas, y estoy muy satisfecha con ello.

Una artista como tú, tiene todas las posibilidades de haberse hecho a la mar, y de hacerse profeta en cualquier gran metrópoli. ¿Por qué decidiste estacionarte en Uruguay?
Creo que es una asignatura pendiente para mí vivir algún tiempo en algún otro país, ya que me parece una experiencia sumamente enriquecedora. Pero opté por vivir en Uruguay, porque aquí vive mi familia. Igualmente hice varias exposiciones en el exterior, y me encantaría continuar realizándolas.

¿Tres artistas imprescindibles de las artes plásticas sin los cuáles sería imposible hablar de arte contemporáneo?
Seleccionar tres artistas no es fácil para mí, pero me interesan Joan Miró, Alexander Calder y Claes Thure Oldenburg.


Julio César Aguilera - Revista MyBufferguest. Barcelona. España.




Mensajes abstractos / Entrevista con Nora Kimelman
para Revista Dossier
julio 14, 2017

Por Gabriela Gómez

Artista multifacética e inquieta, principalmente escultora e investigadora tanto en el manejo de los materiales con los que produce sus obras (cerámica, madera, metales, textiles, papel) como en sus proyectos interdisciplinarios, Nora Kimelman (Montevideo, 1949) es representante de una generación de artistas que se formaron con maestros como Guillermo Fernández, Nelson Ramos y Clever Lara. Con la finalidad de “salir de la soledad del taller” para reunirse a intercambiar opiniones sobre diversos temas surgieron los proyectos Joya x joya, Ancestros, Arte al pasar, Imagine, Ludus, Ancestros y memoria, en los que se trabajó en equipo en torno a temas tan diversos como el juguete y su importancia, las primeras migraciones al Río de la Plata, la no violencia, los grupos étnicos originarios; para ello convocó a artistas y a especialistas en diversas disciplinas. La obra de Kimelman se caracteriza por provocar placidez mediante objetos que hacen que la mirada se detenga en las formas y en volúmenes nada estridentes y de colores calmos. Ya sea frente a las grandes esculturas en madera o en el detalle y la delicadeza de sus joyas –a las que denomina “esculturas para usar”–, se percibe el modo en que define su búsqueda y su producción artística: “En el arte busco armonía y paz”.

—¿Cómo empezó a relacionarse con el mundo del arte?
—En mi familia no hubo nadie que incursionara en el arte, y mi niñez y juventud transcurrieron en una época en que se aspiraba a que los hijos estudiaran profesiones académicas. Mi madre era médica y mi padre comerciante, por lo que empecé mi camino en las profesiones académicas, que finalmente no me gustaron: estudié medicina y después derecho. El encuentro con el arte se produjo de forma casual, a partir de cierta forma de artesanía que me enseñaron cuando mis hijos eran muy chicos, que me gustaba muchísimo, y un día descubrí que quería hacer arte por medio de esas pequeñas artesanías de los comienzos. Paralelamente, me había formado para abrir un taller de expresión plástica para niños con María Mercedes Antelo, que era una genia, una maestra que se dedicaba a eso, y tuve mi taller durante cinco años, en el que les enseñaba a niños y estudiaba arte. A raíz de que quise aprender otra técnica para enseñarles a los chicos, me interesé en la cerámica, pero no tenía el objetivo de desarrollarme en esa área. Fui al Taller del Carrito y me apasionó hacer esculturas en cerámica. Empecé por modelar figuras –paisanas y gauchitos, con mucho color– y después me familiaricé con el material y les enseñé a los chicos a experimentar con él. Después me enteré de que se iba a reabrir la Escuela Nacional de Bellas Artes, que había sido cerrada por la dictadura, y como los docentes eran los mismos que en el Carrito, fui una de las primeras en enterarme de la apertura y fui una de las primeras en inscribirme. En paralelo, me formé con otros maestros: Guillermo Fernández, Nelson Ramos, Clever Lara. Fui descubriendo, sobre todo en Bellas Artes, que mi intención era hacer escultura, porque siempre me vinculaba con el volumen.

—Hasta ese momento no había trabajado con madera.
—No, las esculturas en madera fueron muy posteriores a la cerámica. Trabajé siempre con maderas encontradas; muy pocas veces mandé cortar madera. Cuando son maderas con historia trato de respetar el origen.

—¿Dónde busca los materiales para trabajar?
—En desguazaderos de barcos, en casas de remates. También recurro a objetos familiares. Por ejemplo, en un momento le hice un homenaje a mi abuela paterna, que vivía con nosotros y que fue quien nos crio: guardé macramé antiguo, croché, las agujas, y utilicé en el desarrollo de esa obra, en su homenaje, un montón de objetos, como carreteles de hilos de bordar de esa época, que estaban impecables, y usé algunos para las obras. Hay elementos que me inspiran, entonces los guardo y después los utilizo.

—¿Les da color?
—Sí. En general, trato las maderas con nogalina, acrílico, óleo. A veces uso betún de Judea, y cuando tienen inscripciones –por ejemplo, cuando son de barcos muy viejos– las mantengo. Tal vez, si me molesta visualmente, las lijo un poco, pero trato de que el origen se mantenga, guardo esa simbología del pasado.

—También trabajaste haciendo joyas. De esa experiencia surgió la exposición Joya x joya, que se exhibió en 2008 en el Museo Nacional de Artes Visuales.
—Tuve un período en el que hice muchas joyas, a las que siempre consideré “esculturas para usar”. Siempre tuvieron volumen, un movimiento en el espacio, profundidad. Es algo que me gusta mucho hacer, aunque lo he dejado un poco de lado; tal vez en algún momento lo retome. Pero la escultura fue algo que me apasionó desde el principio. En el momento de la apertura de la Escuela [Nacional de Bellas Artes] no había docentes de escultura, solamente había un taller de cerámica que dictaba Javier Alonso, en el que pasaba gran parte del tiempo, porque sabía que en cerámica podía construir mis esculturas.

—También ha convocado a artistas y teóricos. ¿Qué la motivó a tomar esa iniciativa?
—Los artistas estamos, en general, muy solos en nuestros talleres, y pensé que podía ser interesante hacer cosas en conjunto y, además, vincularlo con otras disciplinas. Por esa época leí sobre la experiencia de un proyecto que tenía que ver con la interpretación de poesías mediante el arte. Se me ocurrió la idea de hablar con una poeta uruguaya y le conté que tenía en la cabeza un proyecto que sería interactivo entre cinco artistas plásticas que hicieran joyas y cinco poetas uruguayas. Fue un intercambio muy interesante: cada artista interpretaba un poema, y cada poeta interpretaba una joya de cada una de las artistas, que trabajaban con distintas técnicas: algunas con metal, otras con textil, otras con cerámica.

—El tema de los viajes, que se vincula con el de las migraciones, ha sido parte de Ancestros, otro de sus proyectos colectivos. ¿Cómo fue esa experiencia?
—La experiencia fue buena. Cuando nos juntábamos les pedía a los artistas que hablaran de cosas de su infancia y de sus ancestros. Eran de orígenes diversos: algunos venían de Brasil, otros de Escocia, como Margaret Whyte –ella ha sido invitada a casi todos los proyectos–, Olga Bettas tenía sus ancestros en Grecia, Doreen Bayley tenía orígenes en Inglaterra. Después estaba Eloísa Ibarra, que no sabía cuáles eran sus ancestros, entonces su obra fue una búsqueda en la guía telefónica de los apellidos Ibarra, porque ella no sabía de dónde era su familia; tuvo que hacer toda una búsqueda. Había artistas argentinas, como Silvia Brewda y Silvia Dimant, que trabajan con textiles. Cada uno contaba sus experiencias. Se trata del viaje del pasado al presente, pero la migración es un fenómeno que continuamente se sigue produciendo, aunque las actuales son otras migraciones. En Ancestros aludía a las primeras migraciones en el Río de la Plata, y las que se están produciendo en este momento son muy fuertes. Pero siempre los motivos son parecidos: la búsqueda de trabajo, el hambre, las guerras.

—También organizó el proyecto Imagine, en 2011, con la violencia como disparador creativo de los artistas.
—Imagine fue un proyecto en el que convoqué a varios artistas para que nos imagináramos un mundo sin violencia, pero en lugar de trabajar a partir de la violencia, hacerlo con un mundo utópico en el que no exista la violencia. Muchos artistas no lo consiguieron y trabajaron sobre la violencia. Eran todos uruguayos. Yo hice una serie de cinco joyas que transmitían diferentes mensajes: eran como países inventados, todas las piezas se tocaban y todas tenían una piedrita; se llamaba “Luces de esperanza”, por la canción de John Lennon. Me desperté con esta canción, y después empecé a acordarme de la letra y llegué a la conclusión de que ese tenía que ser el título de la exposición. Convoqué al colectivo Mujeres de Negro, para que nos hablaran sobre la violencia de género.

—Además de hacer joyas y esculturas, pinta. ¿En qué disciplina se encuentra más cómoda?
—En la escultura. También me gusta pintar, pero cuando hago pintura salta a la vista que soy escultora, porque mis trabajos son volúmenes, son muy matéricos, texturados. Trabajo sobre arpillera, lo que me permite poner un material para darle volumen. Trato de darle volumen con texturas, y muchas veces las formas que utilizo para la pintura son totalmente escultóricas.

—¿Cuál es su estilo? ¿Cómo lo nombraría?
—Abstracto. También tuve una época de dibujo, que estaba muy asociado a la escultura de cerámica: dibujo a la línea, con drypen blanco y negro, con líneas muy fuertes.

—En sus esculturas la paleta es de colores más bien oscuros. ¿Es influencia de Joaquín Torres García?
—Oscurezco las maderas porque siempre vienen en un estado desastroso y siento que tengo que levantarles el color con nogalina y acrílico. Los uruguayos somos un poco de paleta baja; no sé si es influencia de un pasado. No fui alumna de Torres García, pero todos tenemos determinadas influencia en lo visual. Muchas veces intento cambiar mi paleta, pero no puedo, y vuelvo y vuelvo. O sea, siempre trabajo con colores cálidos: utilizo mucho el rojo, que es mi color favorito.

—¿Cuál de sus maestros ha influido más en su trabajo?
—Guillermo Fernández, y él sí fue alumno de Torres García. Fue muy importante su legado; además, es muy generoso con sus conocimientos y nos enseñaba mucha teoría. Ninguno de mis maestros tenía paleta fuerte en los colores: ni Nelson Ramos ni Clever Lara. En un período también fui alumna de Osvaldo Paz, que usaba tonos pastel. Pero en unos trabajos nuevos que estoy haciendo, con papeles prensados, me siento más libre y uso mucho rojo, violeta, naranja, y subo los colores.

—¿Qué cosas la inspiran para crear?
—Tengo momentos en los que me siento más inspirada; esos días trato de trabajar mucho. Pero también tengo períodos en los que me siento mal conmigo misma, y pueden llegar a ser períodos largos. Por otra parte, hay momentos del día en los que me inspiro más: de mañana, cuando me estoy despertando, o de noche, cuando me voy a dormir, me vienen imágenes, ideas. Ahora tengo la costumbre de anotarlas, porque de lo contrario me olvido. Tengo una cuadernola en la que anoto mis ideas, cosas que escucho en clase, y de repente veo algo y digo: ¡qué bueno esto que escribí, voy a desarrollarlo! También me inspiro viajando, visitando exposiciones, pero no porque busque copiar, sino porque suele abrirte la cabeza en cuanto a los materiales a usar. También me hace bien seguir concurriendo a clases, porque considero que hay que actualizarse.

—¿Qué busca con sus trabajos?
—No quiero que mi arte sea meramente formal, como en la época en que me formé, cuando en la escultura lo que interesaba era la forma, que fuera armónica; más allá de eso, lo sigo buscando, siento que en el arte busco la armonía. No me gusta el arte que muestra cosas morbosas, aunque lo respeto y entiendo que es una forma de transmitir mensajes al mostrar algo fuerte; todos tenemos distintos enfoques, y está bueno que existan distintos tipos de arte. Últimamente he participado en clínicas, porque me interesa el hecho de que el arte actual está explicando con el concepto y hay una libertad que antes no existía, existen posibilidades de interacción entre distintas disciplinas. Por ejemplo, un artista que tiene un proyecto no tiene por qué desarrollarlo solo: puede convocar a un guionista, a un videasta, a un fotógrafo, a un historiador, a o un sociólogo, a un médico, a un psicólogo… Eso me parece buenísimo. Incluso concurrí a cursos de arte en los que había diseñadores, arquitectos, gente de la moda, y creo que en cierta forma todo se puede relacionar. También me inspira mirar obras de otros artistas, y la vida misma. Y, en buena medida, el manejo de los materiales: de pronto me instalo en mi banco de carpintero y me pongo a observar las cosas que voy recolectando, y sobre esa base desarrollo el trabajo; de pronto recorro mercerías antiguas, de las pocas que quedan en el Centro, y selecciono galones, flecos de tapicería, etcétera. Me inspiran muchísimo las texturas y me las imagino jugando con la madera. Eso es lo que estoy haciendo ahora: unir lo textil con la madera.

—¿Cuál es su opinión sobre el arte contemporáneo?
—Se basa mucho en lo conceptual. Siento que es necesario modernizarse, en el sentido de que no podemos ignorar que hay corrientes nuevas. Aunque los artistas no estamos obligados a integrarnos a corrientes contemporáneas conceptuales, podemos analizarlas, saber de qué se trata, ya que tiene su interés y es el arte que se está desarrollando en este momento. En las bienales se puede encontrar, por ejemplo, una obra pequeña y largos textos explicativos al lado. Yo sigo sintiendo que la obra se tiene que explicar por sí misma y no por medio de un largo texto. Esos textos que explican las obras no me atraen, porque al final la obra queda perdida entre un montón de palabras; por ejemplo, en la Bienal de Venecia no te da el tiempo para leer todo y además ver toda la obra de la forma que se merece, y esta pierde importancia frente a la escritura que la explica.

—¿Cree que su obra es lo suficientemente clara para no necesitar explicaciones?
—Ahora estoy trabajando con el tema de las migraciones, y no es muy claro: hay mucha alusión al transporte, a los barcos, a las construcciones luego de las migraciones, a los nuevos pobladores. Mi idea es incluir un pequeño texto explicativo como parte del catálogo y en la exposición, pero no largas disertaciones sobre la obra. Creo que está bueno que el espectador pueda sentir y reaccionar frente a lo que uno hace. Por ejemplo, hay obras de artistas como Juan Burgos o David LaChapelle que al analizarlas uno va viendo que se trata de la violencia, de la sociedad actual, pero si el artista escribe un montón de cosas pierde espontaneidad y el espectador no participa; está bueno que el espectador ponga algo de sí, y que su interpretación esté libre de todo prejuicio, que no sea la que se le imponga desde afuera. El proceso creativo muchas veces es intuitivo: recolectamos material y cuando uno está en el proceso creativo se permite cosas que tal vez no interprete exactamente como al final de la creación. El artista muchas veces se va del tema: no lo podés encasillar. Se trata de dejar volar la imaginación, a lo que se suma que en todos nosotros aflora un cúmulo de sentimientos: todo lo que nos va pasando en la vida influye.

—Si mira hacia atrás en su carrera, ¿cuál le parece que ha sido su aporte?
—El trabajo colectivo aporta mucho aprendizaje, y es muy lindo escuchar cuál es el sentir de cada uno. Cuando hablábamos del tema de la violencia, cada uno explicaba lo que sentía; en el proyecto sobre migraciones, los artistas trajeron fotos de los primeros inmigrantes de su familia, investigaron. Creo que mi aporte en los trabajos colectivos fue que la gente con la que he trabajado se vio llevada a investigar en sus raíces, y creo que eso es muy enriquecedor. También fue muy importante el aporte de los antropólogos; además de las entrevistas, sugerí la lectura de El legado de los inmigrantes, de Renzo Pi Hugarte y Daniel Vidart, como apoyo teórico. Traté de estimular la interacción y la investigación. No sé si lo logré, pero algunos resultados se vieron cuando la gente se sentía motivada a buscar sus raíces, a conocerse más. De la interacción con las poetas surgieron cosas buenas y otras no tanto, porque emergieron los egos, pero salió lo que tenía que salir. Creo que de todo se pueden obtener experiencias positivas.




Links de Prensa


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Pedro Da Cruz. Crítico de Arte.

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